E iniciar el camino agarrando un cordel. Asegurando a cada paso los pies por temor a caer. Por si acaso no fue suficiente rezar antes de salir de casa. Por si en ese momento andaba a sus cosas nuestro ángel de la guarda. Repasar mentalmente los quehaceres diarios que no podemos dejar sin hacer por si este mundo se para. Y por eso más vale prevenir que llorar. Por eso hay que tener un plan B. O un atajo de vuelta. Por eso es mejor acobardarse que perder la cabeza. Porque sería imprudente. Porque nos esperan en casa. Y que en las guerras de otros no presentaremos batalla.
¿Y qué será de nosotros cuando haya muerto el canario en la mina? ¿A quién reclamar cuando los otros no sepan cuidarnos como cuidamos nosotros al resto? ¿Qué diremos cuando los ojos que nunca ven no logren que los corazones no sufran? ¿Cómo diferenciar las pocas verdades de tantas mentiras? ¿Qué nombre pondremos a ese a quien siempre queremos engañar cuando nos engañamos por dentro? ¿Quién nos enseñará entonces a disimular y de quién huiremos? ¿Hasta cuando abrazaremos con fuerza el arnés de los miedos?
No será fácil diferenciar a los que se van a ninguna parte de los que vuelven exhaustos. Ni será sencillo explicar a los niños que todo eso que abarcan sus ojos será nuestro legado. Que les dejamos en herencia algo parecido a un tornado. Y que, tal vez, lo mejor que les quede sea vivir asustados. Que de valientes están llenos los camposantos. Y que se vive más y mejor mirando para otro lado. Que ahí fuera todo es peligro. Y que, sin embargo, aquí dentro encerrados seremos felices. Alejados de ese tornado que sólo sabe arrancar vidas de cuajo.
Recitaremos refranes que les dirijan sus pasos. Y las reuniones de pastores y con el mazo dando. Y dioses que ayudan a los que madrugan y más vale pájaro en mano. Y el que mucho abarca y el clavo ardiendo. Y de tal palo y te diré de qué careces. Y el perro del hortelano y el que a hierro muere. Y el Diablo que más sabe por viejo y el consuelo de tontos. Y la condición del ladrón que cree y Dios en la de todos.